jueves, 13 de noviembre de 2008

¡¡Capítulo nº 3!!


Bueno, aqui les dejo el tercer capítulo, y les tengo buenas noticias, en unos dos capítulos mas les dejo el original ^^


espero que lo disfruten...y no olviden votar por favor.


Capítulo III:

Sueños

Cada vez se volvía mas insoportable la idea de abandonar mi conciencia por unas pocas horas de sueño. Había dejado este hábito por más de un mes y mi cuerpo ahora me estaba pasando la cuenta.

Al principio, (quiero decir, solo unos pocos días después de tu muerte), lo único que podía hacer era sumirme en una nube abrumadora, a la deriva en mi subconsciente. No pude conciliar el sueño hasta pasados tres días, y entonces deseé no haberme rendido tan pronto.

Estábamos en una playa, al norte del país. Caminábamos por la orilla cogidos de la mano, pero cuando volteaba para verte, ya no estabas ahí. Me encontraba sola en la inmensidad del litoral, y toda esa felicidad que me había embargado al inicio, se había vuelto angustia por no saber dónde encontrarte… Gritaba tu nombre a más no poder y tú no aparecías. Entonces, distinguí tu silueta contra las sombras que proyectaban los árboles cercanos, aunque cada vez con menor nitidez.

Volvía a llamarte con desesperación.

- ¡Espera, por favor! – gritaba – no me dejes sola…

Comenzaba a llorar cuando ya no podía verte y había transcurrido bastante tiempo cuando escuché tu voz…

- Cariño, despierta – oí que me decías con voz dulce – solo ha sido un mal sueño.

- ¿Dónde estás? – pregunté confundida - ¿por qué no te veo?

- Estoy muy cerca de ti – respondiste – pero aun no es el momento para que me veas.

- ¿El momento? ¿A qué te refieres?

- Cuando estés lista y seas capaz de recordarme sin dolor, será entonces cuando me verás – me aclaraste con amabilidad.

- Pero quiero verte ahora – repliqué - ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué me dejaste? ¿Es que ya no te acuerdas de la promesa que me hiciste?

Hiciste caso omiso de mis preguntas, dejando un incómodo silencio entre nosotros. Una espesa niebla rodeaba todo cuanto alcanzaba a ver.

- Solo ten un poco de paciencia, cariño – hablaste nuevamente con esa voz tuya tan reconfortante – ya falta poco para que podamos estar juntos una vez mas. Sólo quiero que sepas que jamás te he dejado; si tu sufres yo lo hago también… - tu voz se volvió débil y angustiosa – No creí que esto fuera tan difícil, pero aún así debes esperar. Ahora despierta, cielo, despierta…

Ya no pude oír nada más. Tu dulce voz se había esfumado al mismo tiempo que la neblina, entonces me encontré recostada en el sofá de mi departamento. Me tomo un par de minutos asimilar que todo había sido un sueño. Un sueño que parecía muy…real.

Desde entonces, intentado por todos los medios, no dormir. Era algo bastante complicado, ya que llorar todas las noches agotaba más de la cuenta. Además debía mantener una constante lucha interna entre mi conciente, que decía que no quería seguir sufriendo, y mi subconsciente, que se oponía a mi lógica y decía que lo que de verdad quería, era verte.

Por eso, durante todo el mes siguiente a tu fallecimiento, experimenté una gran diversidad de sueños hermosos en su comienzo pero horribles en su fin. Recuerdos en su mayoría de los días felices en que aun estábamos juntos. Lo único que se mantenía igual, era tu hermosa voz diciéndome que era el momento de despertar.

Ahora ya se contaban más de dos meses desde lo ocurrido, así que me era más fácil reconocer aquellas partes que no habían variado en mis sueños, y que ya me sabía de memoria. Pero esta noche algo cambió.

Se estaba repitiendo mi primer “encuentro”. Todo lo precedente a tu voz seguía igual, aunque cuando me hablaste, no lo hiciste para que despertara…

- Hola, amor – tu voz se escucho a mis espaldas, aunque no me atreví a voltear.

- ¿Qué ocurre? – pregunté confusa – esto es distinto…

- ¿Recuerdas lo que te dije? – preguntaste - ¿aquello de que me verías cuando estuvieras lista?

- Lo recuerdo, pero qué… - no sabía como reaccionar. Sabía que estabas a detrás de mi, pero no me moví para verte.

- ¿Qué pasa, cielo? – me dijiste confuso - ¿Es que acaso no quieres verme?

- No es eso – te dije en un murmullo – es solo que… no he hecho nada diferente.

- ¡Oh! Ya lo creo que sí – tu voz sonó mas animada - ¿Necesitas que te refresque un poco la memoria?

Asentí con la cabeza, incapaz de hablar y creí escuchar una pequeña risita.

- Esta tarde, – comenzaste – cuando estabas cocinando, te percataste de algo que te hizo recordarme, pero no de la manera en que lo haces siempre. Tus ojos no se llenaron de lagrimas y tu rostro no perdió su color – explicaste con una nota de emoción – al contrario, una sensación que percibía desde hace mucho te embargó por completo y… - pensé que estabas sonriendo por tu tono – sacaste a la luz esa parte de mi que tanto te gustaba.

Seguí sin decir nada, incapaz de articular palabra alguna dentro del mar de emociones que sentí al recordar todo lo que me estabas detallando.

- Te prometí que me verías cuando fueras capaz de recordarme sin dolor, y aquí estoy – me dijiste con una impaciencia contenida.

- No puedo hacerlo – murmuré.

- Si puedes, cariño – replicaste con ternura – solo date la vuelta.

Hice lo que me pidió y quede aun más petrificada de lo que estaba antes. Ahí estabas tú, radiante de alegría, con los brazos extendidos hacia mí, pero yo no acudí; algo me detuvo.

Ahora solo miraba tus ojos. No podía evitarlo, eran los ojos más bellos que había visto nunca, perfectos, con ese matiz de azul profundo tan particular. Una mirada sincera y llena de anhelo llegó hasta mí, que continué inmóvil.

- ¿Qué ocurre, amor? – me preguntaste confuso dejando caer los brazos a los costados - ¿Qué…?

Pero alcé mi mano para interrumpirte. Había caído en la cuenta del por qué tus ojos me resultaban distintos, pero tan extrañamente familiares.

- Tú eres… - empecé, pero la sorpresa de mi conclusión me sacó bruscamente de mi inconsciente y desperté.

Estaba sudando y había lágrimas en mis ojos. Mi respiración estaba agitada y dificultada por una puntada en mi pecho debida a la hiperactividad de mi corazón.

Mi sobresalto había tirado la bandeja de la cena al suelo, pero no me molesté en recogerla. Miré hacia el reloj despertador que estaba se encontraba sobre la mesita de noche. Eran las siete y media de la mañana, demasiado temprano para ser día sábado. Me reí de mi pensamiento, sabía que no podría volver a dormir, no después de lo que había visto en mi sueño… porque había sido un sueño… ¿verdad?

Después de tanto tiempo deseando verte, ahora deseaba que no hubiese ocurrido. Me sucedió lo mismo que con el joven del autobús pero en proceso inverso. Le había visto a “él” en “tus” ojos.

- ¡Ya lo tengo! – me dije a mi misma – tengo que canalizar todas estas emociones y pensamientos de algún modo. No puedo seguir creyendo que “hablo” contigo. ¡No me dejas privacidad! – reí – así que te voy a escribir… sí, haré que todo esto que siento quede impreso en papel y podré empezar a tomarme un poquito en cuenta, estoy demasiado a la deriva.

Ya tomada mi decisión, me levanté de un salto de la cama y preparé mis cosas para empezar mi día con una energía renovada, con una nueva “yo”…


Se despide,
DarkAngel.

jueves, 6 de noviembre de 2008

¡¡Capítulo nº 2!!


Hola de nuevo a todos mis fieles seguidores...bueno, lamento haberlos echo esperar, pero la demora terminó. Espero les guste, disfrútenlo, y no olviden votar!! Saludos!!



Capítulo II:


Tus ojos, Tu voz


No podía seguir en el mismo estado por más tiempo. Me estaba matando yo sola.

Han pasado ya dos meses desde que me dijiste te amo por última vez. Dos meses de tormento continuo. Dos meses de pesadilla.

Suspiré. “No me doy tregua” pensé de forma cansada.

Conozco a la perfección los motivos que te llevaron a tomar semejante decisión y aun así no logro quitarme este sentimiento de culpa de encima. Es esa extraña sensación de que hay algo más, algo que me he pasado por alto. Algo que tú sabías y que no me dijiste.

Pensar en tu…muerte, es algo que aún se siente como una espada atravesada en mi pecho. Lo que no significa que, por el solo hecho de pensar en ello, lo haya asimilado, y mucho menos superado. Es algo en lo que trabajo día a día, aunque cada vez con menos fuerza…

- ¿Me das permiso, por favor? – me dijo una suave y profunda voz varonil, muy amable.

Me costó un par de segundos reaccionar ante la petición, ya que una vez mas había caído en lo mismo; había estado hablando conmigo, bueno, en realidad no hablaba conmigo, si no contigo.

- Claro, disculpa – dije distraídamente pero sin verlo en verdad.

- Gracias – respondió enfatizando la palabra y de manera tan extraña que me obligué a alzar el rostro para ver de dónde provenía aquella voz tan terriblemente familiar – lamento haberte interrumpido – se disculpó.

Lo dijo como si supiera que había interrumpido mis cavilaciones. Una sonrisa encantadora asomó en su rostro, y sus ojos fueron cálidos, casi conocidos.

Me quedé atónita frente a aquél joven que, según creía, había estado sentado junto a mí por más de una hora.

Apartó su mirada de mí y aún sonriendo levemente, se bajó del transporte.

Aún no me recuperaba de mi extraña sensación de déjà vu, cuando el autobús se detuvo bruscamente y me di cuenta de que ésa era mi parada. Me sobresalté y salí muy rápido de mi asiento para poder bajarme.


A pesar de saber que era innecesario seguir dándole vueltas al asunto, que tenía cosas más importantes de las que preocuparme, no podía dejar de pensar en el joven del autobús…

Me encontraba tendida en el sofá de mi departamento entre torres de cajas embaladas. Aún me quedaban muchas cosas por empacar y el tiempo, ¡el maldito tiempo!, se me estaba pasando muy deprisa. Sólo me quedaban tres días.

Este viaje lo había planificado contigo, iba a ser algo así como una mezcla entre “Luna de Miel” y “Turismo Productivo”, pero luego de lo ocurrido hace ya dos meses, lo había transformado en algo definitivo. Me mudaba a España permanentemente. Una decisión demasiado reciente…

- No puedes seguir actuando como un robot – dijo mi madre una tarde en su casa cuando, de manera mecánica, había pasado a visitarla como todos los martes.

- No sé a que te refieres – respondí con voz monótona.

- Durante estos dos meses has hecho lo mismo todos los días – me dijo perdiendo un poco la paciencia ante mi indiferencia – no dejas ningún momento libre para descansar, no te he visto sonreír, no lees desde hace mucho, no has escrito nada, ¡no sé que diablos te pasa, tú no eres mi hija!

Cierto. Mi madre no tenía la menor idea de lo que pasaba, sólo mi hermana estaba enterada y algo en mi decía que si le hubiese contado, aunque pareciese inhumano, se habría alegrado.

Así eran las cosas, nunca te quiso, siempre te miró como si no fueses de este planeta. Ella y mi padre, malditos clasistas aristócratas. Incapaces de ver mas allá de lo que el dinero pueda comprar.

- No quiero hablar de mi, mamá – repliqué con voz cansina – mejor dime cómo está papá.

- Esme, me lo preguntaste en cuanto llegaste – respondió mi madre amablemente.

- Oh!, vaya… ¿y tú, qué has echo? – intenté entablar conversación aunque no estaba segura de lo que estaba diciendo.

- ¿Qué he hecho desde el martes pasado? – preguntó con sarcasmo y enarcando una ceja – Bien, veamos… no estoy segura – comentó con una desagradable mueca - ¿Pasar toda la semana intentando hacer que reacciones de una buena vez?

Estaba más que claro, habíamos tenido esta conversación en mas de una oportunidad. Quizás en “varias” oportunidades, y aún así no se me ocurría qué “decir”.
Tú ocupas toda mi mente desde que tu mano soltó la mía.

“¡Basta! - me dije a mi misma- te has vuelto un cadáver andante, debes hacer algo, pero hacerlo ¡ya!”

- ¿Sabes, mamá? – Dije de pronto con una nota de emoción en mi voz que no se le pasó por alto – creo que tienes razón – continué mis cavilaciones en voz alta – he cambiado mucho durante este tiempo, necesito hacer algo.

- Cielo, ¿estás bien? – preguntó mi madre sorprendida y preocupada a la vez.

- Sí, mamá, creo que es el momento adecuado para retomar los planes de mi viaje a España – le dije sonriendo por primera vez en dos meses.

Mi madre se quedó atónita ante mis palabras, y más aún ante el cambio efectuado en mi voz. Me miró con recelo.

- ¿Estás segura de que es “eso” lo que quieres? – preguntó.

- Desde hace “meses” que no estaba tan segura de algo – le volví a sonreír y su sorpresa fue en aumento.


Han pasado ya tres semanas desde que tuvimos esa pequeña charla. Desde que por fin tuve algo claro.

Sonreí en silencio al recordar la expresión estupefacta de mi madre. Era cierto, hacía mucho que no me interesaba por nada. Lo que me traía de vuelta a…

- ¿Quién habrá sido ese joven? – me dije en voz alta – me miró de una manera tan familiar… y su voz… habló como si supiese que había interrumpido mis pensamientos… Ah! – suspiré.

Un reclamo proveniente de mi estómago, me hizo voltear hacia la pared en la que se encontraba el reloj. Eran casi las diez de la noche, por lo que llevaba mas de dos horas tendida en el sofá.
Me dirigí a la cocina y se me antojó comer algo dulce, por lo que comencé a reunir ingredientes para prepararme unos panques.

Coloqué un CD de mis danzas favoritas y empecé a cocinar.

Estaba de un ánimo inusualmente bueno; me movía al ritmo de la música y coreaba los estribillos.

Fue en ese entonces cuando caí en la cuenta del por qué me había molestado tanto la sensación de déjà vu que me había ocasionado el joven del autobús. Sus ojos eran idénticos a… los tuyos.

El mismo matiz de azul profundo, el atisbo de una alegría controlada, la sensación de saber qué pensaba. Todo. Esa era "tú" mirada.

Y ése tono tan peculiar en su voz… era el "tuyo".

Me quedé plantada en medio de la cocina, inmóvil, con la sartén en la mano y sobre el fuego de la cocina.

El olor a quemado me indicó que había perdido un panque. Maldije en voz alta, pero eso no cubrió por completo la analogía que acababa de formular. Tenía que verle de nuevo. ¿Pero, cómo? Estaba a tres días de abandonar el país, ¡era imposible!

Archivé cuidadosamente este presentimiento en mi baúl mental y me dediqué a seguir disfrutando de mi arranque de alegría espontánea.

Solo me quedaba una cosa mas por hacer aquí, encontrarle.




Se despide afectuosamente a ustedes,


DarkAngel.